Las ciudades más antiguas del Perú tienen fecha de creación: todas aparecieron entre los años 1532 y 1540. La más antigua, según textos de cronistas y fuentes archivísticas, es la de San Miguel de Tangarará (1532), luego denominada San Miguel de Piura (hacia 1534) y, finalmente, San Miguel (1588). Esa es nuestra Piura. Hoy, sin […]
Por Julio Talledo. 11 diciembre, 2012.Las ciudades más antiguas del Perú tienen fecha de creación: todas aparecieron entre los años 1532 y 1540. La más antigua, según textos de cronistas y fuentes archivísticas, es la de San Miguel de Tangarará (1532), luego denominada San Miguel de Piura (hacia 1534) y, finalmente, San Miguel (1588). Esa es nuestra Piura.
Hoy, sin embargo, la ciudad en la que vivimos ha dejado de ser ese pequeño trozo de cinco calles y once callejones, como se representa en el plano levantado por orden del Obispo Baltasar Jaime Martínez de Compañon (ha. 1783). Pero el plano es útil: reproduce fielmente lo que podríamos denominar nuestro “centro histórico”, o mejor dicho, “casco antiguo”. Un rápido paseo por los jirones Lima, La Libertad, Tacna, Arequipa, Cuzco y Junín, nos permitirá observar cómo debió ser y cuánto se ha perdido desde entonces.
Dos preguntas asoman ante esta constatación: ¿Existe algún vestigio de la Piura virreinal? y, ¿por qué conservar esos vestigios?
No es fácil la respuesta. Primero, sí existen vestigios de la ciudad virreinal porque el casco antiguo de Piura aún mantiene, con leves cambios, el trazo original que mandara hacer el corregidor Capitán Alfonso Forero de Ureña en 1588.
Sin embargo, lo dicho incluye una negación: Nuestra Piura ha sufrido transformaciones constantes debido a factores climáticos y telúricos pero también por los cambios de gusto y nuevas necesidades surgidas en la sociedad de cada época. De ahí que se evidencian modificaciones en fachadas de casas, modelos de plazas y edificios públicos; algunos aún son eco de modas francesas e inglesas de fines del siglo XIX.
Por ello, sostengo que el valor del casco antiguo de Piura radica en la convivencia de estilos y modelos que, desde los siglos XVII a inicios del XX, se han expresado en ejemplos arquitectónicos de gran valor y son testimonio de importantes momentos de su historia.
He allí la importancia de su conservación. Cada edificio atesora parte de la historia citadina: algunos están relacionados con la vida de personajes ilustres como la casa natalicia de Miguel Grau Seminario o la casona de la familia Temple Seminario; otras atestiguan el esplendor alcanzado por la industrialización, como la casona de la firma Duncan Fox, así como otras que aún están por estudiar.
El valor histórico de estos monumentos, unido al valor propiamente arquitectónico, obliga a las autoridades y a los ciudadanos a velar por su integridad, a comprometernos en su cuidado para el futuro, puesto que son parte de nuestra historia y de la identidad de nuestra sociedad. La pregunta central entonces debería ser: ¿qué puedo hacer para conservar las casonas? Ahí está el reto.